Llegando a Varese. Justicia y razón

RECORDANDO A PORFIRIO MIRANDA

A quienes, debiendo serlo, no fueron defendidos.

Hugo Aboites[1]

En marzo de 1967 ocurrió en el norte de Italia un evento tan pequeño que es perfectamente posible calificarlo de irrelevante. Como lo verán en las fotos, durante varios días se reunieron en Várese un grupo de jóvenes jesuítas mexicanos que en esa época estudiaban en Europa. Venidos de España, Italia, Francia, Alemania y Bélgica, se reunieron en una vieja casona casi al pie de los Alpes para discutir algo que era objeto de intenso interés de la mayoría.

En 1967 la situación en América Latina era de verdadera conmoción. La revolución cubana cumplía siete años de edad y ya había provocado un conflicto nuclear que de haber continuado habría tenido un desenlace de incalculables proporciones. El Che Guevara ya estaba en Bolivia, el sacerdote colombiano Camilo Torres se preparaba para encabezar una lucha armada, había guerrillas en Brasil y el progresista Helder Cámara era tildado por el gobierno militar como “el obispo comunista” de Recife. En Chile, lo que sería luego la Unidad Popular se preparaba para sustituir en el poder a la Democracia Cristiana, y Pablo Freire proponía a las poblaciones explotadas aprender a leer y escribir para poder participar en la historia.

En México era apenas un año antes del 68. Entre muchos jóvenes y algunos de alma joven, como Revueltas, había la convicción de la necesidad de un cambio profundo. Las crisis de la economía y la política apenas afloraban, pero se hacían presentes y se desplegaban en un ánimo de rebelión que invadía el lenguaje y la música, y ponía a pmeba las concepciones sociales. Lemercier, Iván Illich y Sergio Méndez Arceo convergían en Cuemavaca, y con la presencia de Erich Fromm también estaba allí la Escuela de Frankfurt; dos años más tarde se les uniría Pablo Freire. En esta convergencia en la tierra del viejo zapatismo, entre el psicoanálisis personal y de grupos sociales, la convicción religiosa, la necesidad de una sociedad desescolarizada y la educación liberadora, se generaban nuevas ideas y per­cepciones radicalmente distintas de las que se hallaban vigentes en el mundo. Había un claro afán de búsqueda de formas nuevas.

Evidentemente -y este era el principal objeto de la atención de los partici­pantes en la reunión de Várese-, detrás de toda esta mezcla de hechos y procesos había corrientes de pensamiento muy fuertes que debatían a profundidad lo que de manera reiterada aparecía en la inmediatez del concreto. Porque estaba claro que en los hechos y en los personajes, en los eventos e interpretaciones, una y otra vez aparecían, se entrecruzaban y encontraban dos grandes humanismos, el marxista y el cristiano. Este constante encuentro por sí mismo demandaba cambios.

Para muchos, y creo que también para Porfirio, la posibilidad de dialogar con el marxismo tenía como primicia fundamental el rencuentro del cristianismo con sus raíces fundamentales: el cristianismo como una comunidad originaria, espiritual, pero también como una comunidad de bienes y de decisiones, asentada en la solidaridad y defensa de los débiles, en el trabajo y la austeridad y en contra de la explotación y la usura.

Porfirio fue uno de los que con mayor pasión y claridad enfrentó este desafío. Su libro Hambre y sed de justicia fue, por eso mismo una importantísima contribución a que en México y en otras partes el cristianismo tuviera más claro hacia dónde ir en ese rencuentro fundacional consigo mismo y luego con el marxismo. No es casual que después de Hambre y sed de justicia el siguiente libro clave de Porfirio fuera el de Marx y la Biblia.

De esta manera, cuando Porfirio llegó en 1967 a Várese traía consigo estos dos avances fundamentales de trabajo intelectual, pero además una experiencia clasista. Su participación directa en un movimiento social histórico: una huelga obrera en Chihuahua, la de la Pepsi-Cola, que apoyada por estudiantes y jesuítas

enfrentó directa y personalmente a Porfirio con la anquilosada estructura de poder eclesiástico aliado a los empresarios locales.

La llegada a Várese estuvo rodeada, finalmente, de otro componente de la mayor importancia. Apenas un año antes, en Bavaria, la representación oficial de la Iglesia católica había iniciado un diálogo con el marxismo oficial de los países del Este. Los resultados del primer encuentro entre los establishments de esas dos corrientes fueron sorprendentes.

Primero que nada, el Vaticano declaró abiertamente que tanto el marxismo como el cristianismo debían concebirse como humanismos, no sólo como una religión el uno y como una teoría económica el otro. El Vaticano le daba así al marxismo un estatus de “par”, con una posición ciertamente muy distinta a la de la Iglesia de Pío XII, que siguió al extremo una agresiva línea anticomunista. Se declaró además, por boca de Koening, uno de los cardenales clave del Vaticano II, que estos dos humanismos no debían continuar aislados entre sí sino dialogar, con base “en un conocimiento muy preciso de la posición contraria”.[2] Y, finalmente, el secretario del Vaticano no dudó en reiterar que el marxismo era benéfico para el cristianismo porque el ateísmo era un “movimiento espiritual” que “ejercía una función purificadora respecto del cristianismo, por la cual este debería estarle agradecido”.[3] Parecía así que una ventana se abría y permitía que las débiles voces de Latinoamérica se escucharan y al parecer lograran lo increíble: convencer de que eran perfectamente válidos los intentos por redescubrir el cristianismo a partir de la explotación y la liberación de los pueblos y de que ya no tenían lugar la indiferencia ni la complicidad institucional de siglos de la Iglesia católica con los poderosos. De esta manera, con el temor y el temblor de muchos, dentro de la Iglesia católica se generaba una dinámica de cambios que con frecuencia iba más allá de lo que quisieran sus aterrorizados creadores.

Aunque rudimentaria, la conjunción de estas dos grandes concepciones de la historia que se aceleró de inmediato contribuyó a generar una vitalidad y una riqueza de pensamiento y acción inusitadas durante la siguiente década y más allá. De múltiples maneras, hombres y mujeres exploraron a fondo y con gran compromiso las vías que se abrían para pensar en sociedades distintas, en una educación distinta, en relaciones sociales y personales distintas. Cualquiera podía regresar a la raíz común de las sencillas pero importantes actitudes que

 

caracterizaban tanto al cristianismo como al marxismo en este rencuentro. La idea era participar, no quedarse al margen; en otras palabras, no contemplar sino transformar. Era la idea que de la Utopía; la convicción de que esa Utopía podía comenzar a construirse de inmediato; la solidaridad con los que luchan por una causa justa; la idea vaga, pero muy arraigada, de la acción humana como una postura ética y parte de una responsabilidad ante la historia. La convicción de que la injusticia debe ser corregida y el indefenso, defendido. Era una forma de reivindicar la validez de la existencia humana.

Como ocurre en las épocas de grandes movimientos, en la medida en que estos puntos de partida o sus expresiones concretas y la dinámica de pensamiento que generaron no encontraron ya cabida en las estructuras, comenzaron las intensas migraciones. Entre el cristianismo y el marxismo, entre organizaciones, entre creencias. Como muchos otros, también Porfirio dejó a los jesuítas. Creo que con el paso del tiempo quienes estuvieron en Várese cambiaron y al mismo tiempo siguieron siendo iguales. Y es notable también que muchos encontraron en instituciones de educación superior un espacio importante para seguir pensando y actuando. No pocos de ellos ingresaron a una institución pública y, más concretamente, a la Metropolitana. Como Porfirio, lo cual habla bien de la vocación de la universidad pública y de la UAM de ese entonces, sin puntos, sin mercantilización y con menos funcionarios autoritarios. Porque estas instituciones fueron los santuarios, los espacios capaces de ofrecer la posibilidad de continuar la construcción del pensamiento humanista y filosófico latinoamericano.

Hoy que ese pensamiento es más necesario que nunca, es también más palpable su ausencia y la de quienes pudieron seguirlo impulsando, así sea desde ideas polémicas. Como Porfirio. No sólo ya no tenemos su poderosa voz, sus brillantes ideas o su implacable argumentación; tampoco tenemos el afecto que nos honró y abrazó a nuestros hijos. El vacío se hace todavía más grande cuando reconocemos que su muerte llega cuando ya no existe un diálogo entre grandes concepciones de la humanidad, sino sólo el encuentro brutal del fundamentalismo del mercado y la violencia milenaria. Es éste uno de los costos más profundos de la derrota histórica de los ochenta. No sólo perdieron el mundo, el país, los trabaj adores y la idea de construcción de una nación; también perdió la filosofía.

Cuando jóvenes, muchos estudiantes, profesores, empleados, clases medias, obreros y campesinos discutían acaloradamente qué hacer con el futuro; ése fue el momento de eclosión de la filosofía. Pero ahora que todos ellos han sido desplazados y no caben en las grandes decisiones, también ha quedado fuera la

filosofía. Ni el Banco Mundial ni el FMI necesitan filósofos. Mientras no podamos recuperar ese espacio que nos era propio, ese vacío lo llenan ahora confrontaciones cada vez más violentas, propiciadas desde las alturas de un poder ejercido de manera irresponsable y justificado con una sofisticada aceptación del discurso del mercado y de resignación ante lo que parece inevitable.

La filosofía se ha quedado también sin palabras. Cuando McDonald’s habla de “su filosofía empresarial” éstas comienzan literalmente a desaparecer. Yano es la palabra un símbolo de redención respecto a la inmediatez de una hamburguesa o de la violencia primitiva; el discurso del mercado ahora invita a retomar a los confines de la historia misma, a la escena de Darwin. Y ya no tenemos, ni desde un cristianismo que ahora mira al cielo y al poder, ni desde un marxismo anquilosado y puesto contra la pared, utopías terrestres a la mano, que sean capaces de convocar a la solidaridad y a la construcción de un futuro para todos. La actual versión oficial del marxismo nos invita a pelear por puestos y administraciones y, si estorban, dar la espalda a los movimientos sociales, y el horizonte del cristianismo oficial lo llena ya no la visión del cardenal Koening, sino la de su triste homólogo Onésimo Cepeda.

Sin embargo, aunque nuestro momento parece sólo el de una cadena inter­minable de luchas por sobrevivir, es ésta una época que por sombría tiene contrastes más evidentes. De ellos nos corresponde extraer todas las lecciones de humanidad que sea posible. Así, se podrá en el futuro plantear con mayor profundidad y certeza cómo y hacia dónde construir nuevas utopías. En especial es de hacer notar que justo en este oscuro momento se haya dado un trascendente acontecimiento que abre la posibilidad de un diálogo futuro mucho más rico que el de hace décadas: la irrupción del zapatismo de los indígenas de Chiapas ha abierto la posibilidad de incorporar un tercer y profundo humanismo. Uno hasta ahora completamente ignorado pero capaz de establecer un vínculo radical y novedoso con nuestra historia latinoamericana. Y no es coincidencia que Marcos, uno de sus representantes más importantes, también haya abrevado, aunque en otro tramo del río, en las aguas de aquel entrelazamiento histórico de los setentas.

Quisiera terminar señalando que la muerte de personas queridas siempre nos lleva a cuestionar profundamente el sentido de la vida, obteniendo siempre respuestas diversas e inacabadas. Aunque no le guste a Porfirio en Hegel tenía razón, considero que a veces para acercamos a algunas verdades se vale acudir a la poesía. Quiero leer dos líneas de una persona, Pessoa, en cuyo monumento se le representa sentado, contemplando para siempre al mar lusitano: “Oh mar

sagrado, dice, ¿cuánta de tu sal son lágrimas de Portugal?// Valió la pena? Todo vale la pena, si el alma no es pequeña”. Y el alma de Porfirio era muy grande.

[1] Doctor en Educación. Profesor-Investigador del Dpto. de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco.

[2] En G Girardi. 1967. Marxismo e Cristianesimo. Italia, Cittadella Editrice, p. 6.

[3] Idem.