Individualidad

1.- CIENCIA Y LITERATURA

6.- Individualidad

Ahora bien, si el concepto de distinción no tiene significado empírico, el de individualidad e identidad del ente consigo mismo tampoco lo tiene, pues es obvio que individualidad implica que el ente sedistingue de otros entes, e identidad implica que no se distingue de sí mismo. Entra en la definición de individualidad y en la de identidad, en una forma u otra, el concepto de distinción cuyo significado no es empírico. Y viceversa: la distinción de dos entes consiste en que no se identifican. Si uno de esos conceptos es antiempírico, todos lo son. Esto es especialmente relevante en torno a cualquier intento de definir individualidad mediante localización en el espacio; la individualidad de un ente de ninguna manera significa que ese ente está ‘ahí’ y no ‘allá’.

El físico Bernard d’Espagnat ha extraído de las sistemáticas observaciones de Jean Piaget sobre el desarrollo gnoseológico de los bebés conclusiones innegables en este sentido. Igualar la identidad e individualidad de un objeto con cierta localización en el espacio es una construcción práctica que le resulta útil al niño para coordinar sus movimientos y para integrar su temprana ‘visión del mundo”. Es una suposición implícita que hace el bebé para orientarse, y no tiene mayor probabilidad que la suposición contraria. “Eso muestra”, dice d’Espagnat, “que la idea de que todo objeto macroscópico necesariamente ocupa una definida región del espacio con exclusión de otras no es una verdad obvia e incuestionable, sino que forma parte de una definición de ‘objeto’ que es útil en algunas circunstancias dadas” (1976,xx).

No puede sino alegrarse de los descubrimientos psicológicos de Piaget la física indeterminista de Heisenberg y Bohr y von Neumann, que afortunadamente ya no encuentra hoy opositores serios entre los físicos. Prosigue d’Espagnat: “el hecho de que la noción de objetos localizados es una mera construcción nos libera de la opinión del así llamado sentido común …según el cual los objetos individuales macroscópicos obviamente, y por tanto necesariamente, existen como individuales independientemente de nosotros mismos; de ahí que también nos libere de la aparente necesidad de considerarlos como más básicos que los números, que las estructuras lógicas, etc.” (ibid., xxi).

Póngase el énfasis en ‘como individuales’. No está en cuestión la existencia de lo material.

Todo el rodeo que pasa por Heisenberg y Schrödinger, o bien por Piaget, se lo habrían ahorrado los físicos si al menos hubieran leído la sección sobre certeza sensible al principio de la Fenomenología: el aquí y el ahora solamente logran denotar algo individual si los entendemos en función del sujeto que pronuncia esas palabras. Expresan, pues, “nuestra intención” (unsere Meinung), como bien han entendido los comentaristas Lauer, Mure, Bonsiepen y Heinrichs. Por tanto, atribuir a los objetos materiales una individualidad que no dependa del sujeto cognoscente, no sólo es hacer una afirmación gratuita e injustificable empíricamente como la del espacio absoluto, sino una afirmación esencialmente carente de significado. Dice Hegel: “no hay distinción entre los átomos” (GP I 362). “El espíritu es esto en un sentido mucho más profundo” (WL II 121).

Las dos cosas son importantes: que el concepto de identidad e individualidad carece de significado empírico, y que el afirmar de las cosas materiales identidad o individualidad es una tesis desprovista de significado.

Hume ya había hecho constar lo primero: “la consideración de un solo objeto cualquiera no basta para engendrar la idea de identidad. …Por otra parte, una multiplicidad de objetos no puede jamás engendrar esa idea, por muy semejantes que los supongamos” (Tratado I, IV,ii). Esto último es obvio; la semejanza no sólo no es identidad sino que es negación de identidad; para asemejarse, los objetos necesitan ser dos y no uno. Pero tampoco la visión de un solo objeto basta para suscitar en la mente la idea de identidad; ésta es una aportación sumamente abstracta del intelecto. Si le explicamos lo que queremos decir, un labriego convendrá con nosotros en que el peñón que tiene enfrente es idéntico a sí mismo e individual, pero a él no se le había ocurrido una idea tan rebuscada pese a que llevaba años viendo el peñón. Y en realidad, por mucho que miremos y remiremos el objeto, ninguno de sus colores o formas o detalles visibles significa identidad o individualidad; “lo uno no se puede ver, es un abstractum del pensamiento” (GP I 358).

“La palabra esto expresa precisamente que el distinguir y destacar un Algo es un subjetivo designar, el cual acaece fuera del Algo mismo” (WL I 104).

Lo frecuente y burdo es creer que la individualidad de un objeto macroscópico consiste en que éste tiene confines visibles y palpables que lo distinguen de otros objetos. Pero ya dijimos que la existencia de campos y fuerzas que constituyen cada cuerpo y se extienden mucho más allá de tales límites empíricos y de suyo indefinidamente desmiente a una tal creencia. Por lo que atañe a la identidad a lo largo del tiempo, o sea por lo que atañe a que el cuerpo es ahora ‘el mismo’ que hace un minuto, es obvio que los sentidos atestiguan, a lo sumo, que es exactamente semejante (igualito, decimos en México). Que es ‘el mismo’, las impresiones sensibles no lo dicen. La mismeidad es una idea tremendamente metafísica, una aportación refinadamente intelectual de la cual los sentidos no saben nada; una (infundada) proyección, hacia lo material, de la mismeidad del sujeto cognoscente, en el cual la palabra mismeidad sí tiene sentido.

Si el cuerpo observado hubiera dejado de existir y en su lugar hubiera empezado a existir otro exactamente semejante (igualito), el testimonio de los sentidos no sería diferente de como es. Eso demuestra que los sentidos no saben nada de identidad e individualidad.

Pero además ¿qué diferencia habría entre que el cuerpo fuera el mismo y que hubiera sido reemplazado por otro? No tiene significado alguno la mismeidad en lo material. No digo solamente que nuestra percepción sensorial no notaría nada; digo que en realidad es del todo indiferente que el cuerpo sea el mismo o que haya sido substituido por otro, y que por tanto estamos extrapolando sobre lo físico un concepto que sólo tiene significado en la autoconsciencia, en la intersubjetividad, en la moral. Que la materia es principio de individuación, es uno de los mayores disparates que se hayan dicho en toda la historia del pensamiento. Se originó en el espejismo de la localización, del ‘aquí’, que ya quedó disipado más arriba. Lo cierto es que ya Karl Rahner, el escolástico más inteligente de nuestro siglo, retractó esa imposible doctrina: “Más bien para nosotros la identidad es dada, ahora y en el futuro, por la identidad del sujeto espiritual libre que se llama alma” (Schriften XII 461s).

Lo macroscópico es aparente, se debe a la peculiaridad subjetivista de nuestros órganos sensoriales; si lo material hubiera de poseer identidad e individualidad, éstas tendrían que residir en lo microcósmico. Pero los físicos más reflexivos ya se dieron cuenta de que, como dice Hegel, “no hay distinción entre los átomos” (GP I 362). Aparte de d’Espagnat convendrá citar uno que otro. Por ejemplo, P.W. Bridgman: “Los procesos elementales u ‘objetos’ no tienen individualidad o identificabilidad, ni pueden repetirse. El concepto de ‘mismeidad’ no tiene aplicación en el dominio microscópico de los fenómenos cuánticos” (en Schilpp ed. II 1970,346).

Asimismo Eddington: “la distinción de individualidad, si es que eso tiene en absoluto algún significado, no tiene ninguna relevancia en manifestaciones físicas” (1978,175).

El siguiente párrafo de Max Jammer tiene la ventaja de que resume el pensamiento y los experimentos de Heisenberg, Hund, Denisson, Wigner, Heitler y London: “partículas semejantes pueden ser indistinguibles, o sea, pueden perder identidad, conclusión que se sigue de las relaciones de incertidumbre o, más precisamente, de la imposibilidad de seguir el rastro de partículas individuales cuando hay interacción de partículas semejantes. Es que, en contraste con la dinámica clásica, las trayectorias ya no pueden ser definidas como afiladas líneas-de-mundo que no se cruzan, sino deben ser concebidas como sobrepuestas entre sí. De hecho, todos los estudios sobre fenómenos de intercambio y, en particular, los cálculos concernientes al estado fundamental del átomo de helio, en el cual las funciones de onda de los dos electrones se traslapan por completo, mostraron claramente que el principio clásico de identificabilidad irrestricta de partículas tenía que ser abandonado. Más aún, fue posible mostrar que el principio heisenberguiano de incertidumbre era ya incompatible con la idea de una secuencia aproximadamente continua de mediciones de configuración atómica, las cuales tenían por fin identificar electrones en estados de baja energía y por tanto requerían incertidumbres posicionales más pequeñas que las distancias promedio entre electrones” (1966,344).

Esto último se relaciona con las ‘distancias prohibidas’ u órbitas imposibles, del átomo de Bohr, que recordaremos en seguida. Solamente citaremos antes a Paul Dirac: “Si un sistema en física atómica contiene cierto número de partículas de la misma clase, e.g. cierto número de electrones, las partículas son absolutamente indistinguibles una de otra. Ningún cambio observable acaece si se intercambian dos de ellas” (1981,207).

Hegel ya lo había dicho desde tiempos de la mecánica clásica: se trata de “objetos exteriores, no individuales” (WL II 376).

En el átomo de Bohr los electrones, según que se les confiera más energía o pierdan energía, ‘saltan’ de una órbita de menor radio a otra de mayor radio, o viceversa. Pero, como se demostró experimentalmente a partir del descubrimiento de Planck en el sentido de que las realidades físicas no son indefinidamente divisibles, el radio de una órbita no puede tener cualquier dimensión, hay radios físicamente imposibles, o sea es imposible que el electrón esté alguna vez a esa distancia del núcleo. Por tanto, no es que el electrón pase de una órbita a otra, pues los estados intermedios no pueden existir. Lo único que sucede es que el electrón desaparece de una órbita y aparece en otra; pero ¿con qué derecho afirmar que es ‘el mismo’ electrón, si no hay continuidad entre un estado y otro? Y más a fondo: ¿tiene algún sentido la diferencia entre que sea el mismo y que sea otro? El único significado posible de ser el mismo es tenerse a sí mismo por el mismo. Y eso sin substrato. No es que el sujeto siga siendo el mismo aun cuando no es consciente de serlo; ya hicimos constar (III,6) que esos instantes intermedios no existen. Soy el mismo porque me tengo a mí mismo por el mismo. Lo cual está en mutua dependencia con la intersubjetividad (cf. III,7): tan verdadero es que me tengo por el mismo gracias a que los demás me tienen por el mismo, como que ellos me tienen por el mismo gracias a que yo me tengo por el mismo. “Sólo en lo moral tiene propiamente sentido este concepto de la absoluta individualidad de la consciencia” (GP I 271). La individualidad e identidad de lo material es una proyección absolutamente injustificada de conceptos que sólo tienen significado en el espíritu.

En radioactividad el efecto túnel también demuestra que es absurdo hablar de identidad de las partículas. En torno al núcleo hay una ‘zona prohibida’ para las partículas, pero éstas, no obstante, son de hecho emitidas desde el núcleo hasta el mundo circundante. La zona es prohibida porque en ella la energía cinética de la partícula sería negativa y su velocidad sería imaginaria. Por consiguiente, decir que la partícula pasa por dicha zona es pronunciar una imposibilidad. Toda la problemática que se suscite acerca de si la partícula emitida es ‘la misma’ que previamente estaba en el núcleo se basa en ignorancia de lo que es el mundo físico en contraste con el espíritu.

Ese desconocimiento fue el que hizo que Einstein rompiera con Bohr y fuera finalmente incapaz de aceptar los hechos decisivos de la física indeterminista, especialmente el hecho perturbador que fue descubierto mediante el dispositivo de Young y la técnica de Geoffrey Ingram Taylor. La técnica es descrita así por Ted Bastin: “podemos efectuar cualquier experimento de interferencia a intensidades tan bajas, que queden excluidos los efectos debidos a agregación estadística de partículas, y sin embargo la interferencia tiene lugar de todos modos. Por tanto, aun en el caso de interferencia de electrones, que tradicionalmente es el central, el tratamiento estadístico es imposible” (1971,5 n.). Con otras palabras: no es que un fotón sea interferido por otro, sino que interfiere consigo mismo. Y otro tanto sucede si se experimenta con electrones. Véase también EB 23,20,2.

Niels Bohr resume el problema así: “de una parte, nos vemos obligados a decir que el fotón elige siempre uno de los dos caminos, y de otra, que se comporta como si hubiera seguido ambos“(1964,63).

El dispositivo: a mano izquierda una fuente de fotones, en el centro una mampara con dos orificios o pequeñas ranuras, y a mano derecha una pantalla donde finalmente se refleja la luz y donde por la forma de luces y sombras podemos observar si hay interferencia o no, pues franjas de máxima intensidad yuxtapuestas a franjas oscuras significan que dos trenes de ondas se están sobreponiendo, sea en fase o sea desfasados. Recuérdese que, mediante bajísima intensidad en la fuente, se ha conseguido que el rayo sea monofotónico; es decir, no es un frente de varios fotones el que avanza hacia la mampara, sino una fila india de un fotón a la vez. Ahora bien, si en lo material hay individualidad, el fotón sólo puede pasar por uno de los orificios; pero entonces no habría interferencia, ya que no habría dos trayectorias diferentes y, por tanto, no habría sobreposición de crestas de onda ni anulación de crestas por valles, para lo cual se requieren dos trenes de ondas.

El fenómeno que ha causado consternación irreparable consiste en que, si están abiertos ambos orificios, se produce interferencia; pero si tapamos uno de los dos, no se produce interferencia. La honradez intelectual de Bohr y sus colegas los obliga a decir: el fotón, evidentemente, pasa por uno solo de los orificios, pero se comporta como si pasara por los dos. De lo contrario tendrían que decir algo mucho más escandaloso y rotundamente absurdo: el fotón, al pasar por uno de los orificios, sabesi el otro está abierto o cerrado, para producir en la pantalla señales de interferencia en el primer caso, y abstenerse de producirlas en el segundo.

Es obvio, sin embargo, que un como si no resuelve el problema y que, por tanto, la física de nuestro siglo no se ha atrevido a encarar la verdadera conclusión lógica del experimento. La conclusión es que individualidad y distinción e identidad son categorías que no tienen nada que hacer en el mundo físico. Si todo el mundo físico fuera un solo ente, los fenómenos observables no serían diferentes de como son.

El experimento ha sido repetido miles de veces y en las más diversas circunstancias y variantes, siempre con el mismo resultado consternador para la mente de los físicos clásicos. Por ejemplo, si de los dos fotones resultantes del decaimiento de un positronio captamos uno a través de un polaroide en dirección vertical, el otro ciertamente atraviesa un polaroide con polarización horizontal. Pero si hacemos girar 45° ambos polaroides, la óptica clásica tiene que afirmar que uno de los dos fotones tiene 50% de probabilidad de atravesar, y que el otro, como no sabe nada del anterior, tiene también 50% de probabilidad de atravesar. Sin embargo, he aquí que en los hechos no sucede así. Cuando ponemos dos polaroides en ángulo recto uno de otro, si un fotón atraviesa uno de ellos, el otro fotón siempre atraviesa su correspondiente polaroide. Es como si supiera que su compañero ha atravesado. Si no queremos sostener el absurdo de que un fotón, cuando ha logrado atravesar su polaroide, se comunica con el otro para ordenarle que también él atraviese el suyo (comunicación que, por cierto, debería ir a velocidad mayor que la de la luz), el único remedio es sostener con el físico O.R. Frisch: “Necesitamos considerar los dos fotones como siendo un solo sistema” (en Bastin ed. 1971,20).

Es obvio que debemos repetir lo que decíamos contra el como si de Bohr. Lo que en realidad necesitarían los físicos es no haber supuesto que los fotones son dos entes, para comenzar. Lo que necesitarían es dejar de ser embaucados por la creencia de que la individualidad tiene algún significado en física. Einstein acusó a los cuánticos de suponer telepatía. Pero todo problema de comunicación o telepatía supone gratuitamente que se trata de entidades ‘distintas’, ‘individuales’. Se trata de un pseudoproblema que los físicos se procuran para darse quehacer, pues esos conceptos sólo tienen significado en el espíritu, no en la materia. Los ‘parámetros ocultos’ de Einstein, Podolsky y Rosen son igualmente un esfuerzo por resolver el mismo pseudoproblema.